La gran sala de audiencias murmura cuando anuncian su nombre. Todos ellos conocen a Yoritomo Mamoru, último descendiente directo de Gusai Oda, el primer Mantis que accedió a la Corte Imperial hace ya tantos años. Muchos lo ven de manera ofensiva, al conocer como acabó la familia Gusai, pero para Mamoru es signo de orgullo reconocer su linaje. A su lado, avanza su siempre servicial consejero, Domoi. Ambos han recorrido varias leguas para llegar hasta allí.
-Estimado Yoritomo Echigoya-sama -proclama- Vengo a su presencia para hablar un asunto muy importante.
-Déjame darte la bienvenida antes que nada a mis tierras Mamoru-san -responde un samurái de mediana edad. Tiene el pelo corto, cenizo, con una barba recogida en una trenza por debajo del mentón, negra. Ostenta un quimono de seda verde marino, con un gran mon de la Mantis en su pecho, además de una serie de colgantes de oro alrededor de su cuello. A la altura de su cintura lleva su wakizashi: una hoja fabricada por herreros de la familia Tsi, toda ella hecha de plata. La empuñadura lleva engarzada una serie de esmeraldas que conforman el símbolo de clan: una mantis levantada sobre sus patas, con las dos delanteras dispuestas a atacar -Vuestra visita es toda una sorpresa -continúa el samurái- Me enteré de la desgracia de vuestro padre y vuestro tío. Mi más sentido pésame.
-Precisamente mi visita está relacionada con ellos -continúa Mamoru- y con ésto -afirma, mientras alza su mano para que todo el mundo lo vea. Sujeto entre sus dedos, un dado. La gente mira extrañada al joven samurái, pero ha captado la atención del señor -Muy bien Mamoru-san, accederé gustosamente a hablar con vos.
Echigoya y Mamoru acceden a las dependencias privadas, mientras los demás cortesanos comienzan a soltar rumores fundados e infundados sobre la naturaleza de tan insólita reunión. Aunque Mamoru lo sospecha, ha dado tema de conversación a todas aquellas pirañas para bastante tiempo. Que se distraigan, él tiene algo más importante que hacer.
-Veo que llegó a tiempo este dado -dice Echigoya. Ambos se encuentran de pie en medio de la sala, quizás porque ninguno de los dos se encuentra lo suficientemente cómodo en esa situación, o sencillamente porque ninguno confía en el otro -Pertenecía a vuestro padre, y creía conveniente devolvéroslo.
-Debo daros las gracias por ello. Os he traído un presente que espero que compense semejante acción -responde Mamoru.
-Por favor, no hacía falta, era mi deber -responde amablemente el señor.
-Debo insistir -continúa Mamoru.
-Si así lo deseáis, ¿quién soy yo para negarme a aceptarlo? -concluye Echigoya.
Mamoru saca de los pliegues de su quimono un estuche para pergaminos, que entrega rápidamente a Echigoya -¿Qué es? -pregunta un tanto desconcertado el señor -Por favor, abridlo y vos mismo lo veréis -le responde Mamoru tranquilamente. El señor feudal destapa el contenedor y se acerca a una mesa cercana. Coge el pergamino con sus manos y lo extiende lentamente sobre ella. El nerviosismo se hace patente en el señor cuando rasga accidentalmente el pergamino. Su rostro hace evidencias de que acaba darse cuenta de lo que tiene en sus manos.
-Esto es... -dice como puede Echigoya.
-Un mapa con el destino que tenía que hacer mi padre y el destino que realmente hizo -comenta impasible Mamoru -Debía llevar el pago a los corsarios, a su islote principal. Sin embargo, como todos sabemos, su barco tuvo un accidente y se quemó, por culpa de la mala suerte de transportar un material tan inestable como la pimienta gaijin, según la versión oficial -Echigoya está completamente en blanco, incapaz de pronunciar palabra. -Pero -continúa Mamoru mientras avanza por la sala- esa era una suma de dinero demasiada cuantiosa como para relegarla así sin más a esas ratas, así que mi tío y tú elaborásteis un plan. Decidísteis hundir el barco para que éste no llegara a su destino, no sin antes sacar todo el tesoro de sus bodegas. Mi tío y tú dispusísteis un segundo barco en el que hacer el trasbordo, que estaría anclado en las playas que vienen como segundo destino en ese mapa, a la espera de que llegasen los marineros, entre ellos mi propio padre -en este punto se detiene para tomar aire, probablemente también afectado por la carga sentimental que está manifiesta en todas esas palabras. -Los marineros sabían que no volverían a ver a sus familias, pues estarían muertos a todos los efectos. Pero las riquezas que les prometísteis eran lo suficientemente grandiosas como para convencerlos. Así se llevó a cabo el plan. O al menos así debió haber ocurrido.
-Me sorprende que... -dice Echigoya, tras aclararse sonoramente la garganta -¡Aún no he acabado! -exclama Mamoru -Nunca hubiese llegado a la conclusión que voy a decir a continuación si no hubiese sido por vuestra torpeza. Olvidásteis que mi tío, zorro viejo, conservaba estos mapas que desvelaban vuestro plan, así como correspondencia que recibía de vuestro puño y letra. Así que, una vez muerto, era un singular problema que apareciesen, pues el único que tenía que perder en todo esto érais vos, Echigoya. Teníais que encontrar los documentos y eliminarlos. Documentos que, lamentablemente para vos, mantengo yo bajo mi poder...
-¡Maldito...! -exclama Echigoya dejado llevar por la furia -Sigo sin haber terminado. Así que os rogaría un momento más y acabaré -dice impasible Mamoru -Todavía quedan por pulir un par de detalles. Por un lado, tenemos el asunto de que los barcos jamás llegaron a su falso destino. En vuestro plan cúlmine terminásteis dejándoos llevar por la más abrupta codicia -dice marcando con asco la palabra mientras lo observa de arriba a abajo- y decidísteis que para qué compartir el tesoro con tanta gente, pudiendo mi tío y tú repartíroslo a partes más suculentas. Así que engañásteis a todos esos marineros del clan Mantis y cuando estuvieron en alta mar recurrísteis a los kamis para hundir y destruír su barco. Prueba de ello es la presencia de vuestro enviado shugenja hace varias noches para recuperar, entre otros, este mapa -llegado a este punto Echigoya no es capaz de articular palabra- Y todo este plan se viene abajo por esto -dice Mamoru triunfal mientras sujeta el dado con la palma de su mano- ¡Un último acto honorable de una rata miserable! -exclama Mamoru observándole con profundo desagrado. Echigoya traga saliva.
-Un dado de mi padre ¿por qué tan importante, os estaréis preguntando? Por algo muy simple. Porque la misma noche que mi padre murió y que llevásteis a cabo vuestro maquiavélico plan, la marea me trajo su cubilete. Es decir, en otras palabras, mi padre llevaba encima aquella noche su juego de Fortunas y Vientos. ¿Cómo pudo llegar a vuestras manos entonces el dado? -Echigoya entonces le aparta la mirada- Exactamente. Aquella noche os encontrábais en la misma nave que mi padre. Incapaz de dejar a la providencia la supervivencia del único que conocía vuestro plan, terminásteis matándolo con vuestras propias manos. Y guiado por una fuerza misteriosa que sólo los kamis saben, decidistéis intentar redimiros de vuestros escabrosos actos enviándonos esto como recuerdo. Comprenderéis ahora cuánto me desagrada estar en vuestra presencia... -finaliza Mamoru. Un silencio sepulcral recorre la estancia.
-¿Qué queréis? No habéis intentado matarme aún -dice por fin Echigoya- así que buscáis algo a cambio. Sin embargo -dice con una sonrisa en su rostro- si confesáis todo lo que me acabais de decir ante los magistrados Esmeralda no sólo yo caería en desgracia, vuestra propia familia sería tachada de impúdica, deshonrosa y canalla -concluye feliz.
-No es mi familia la que mantiene un tesoro ilegítimo escondido en sus arcas, sino vos. Además, seguro que alguien de su posición aprecia lo suficientemente su vida como para no llevarme a ese punto -responde también sonriente Mamoru.
-Creo que podemos reforzar la vieja alianza que vuestro tío y padre tenían conmigo, desde luego -concluye.
-Desde luego que sí.
Mamoru y Domoi vuelven aquel día a casa. Tras varios días de fuertes tormentas y pertinaces lluvias, el cielo consigue abrirse de nuevo. La oscuridad de la noche es acompañada con el lento mecer de las olas del mar. Allá entre ellas, perdido pequeño punto en el firmamento, refulge la Estrella del Mañana...
-Estimado Yoritomo Echigoya-sama -proclama- Vengo a su presencia para hablar un asunto muy importante.
-Déjame darte la bienvenida antes que nada a mis tierras Mamoru-san -responde un samurái de mediana edad. Tiene el pelo corto, cenizo, con una barba recogida en una trenza por debajo del mentón, negra. Ostenta un quimono de seda verde marino, con un gran mon de la Mantis en su pecho, además de una serie de colgantes de oro alrededor de su cuello. A la altura de su cintura lleva su wakizashi: una hoja fabricada por herreros de la familia Tsi, toda ella hecha de plata. La empuñadura lleva engarzada una serie de esmeraldas que conforman el símbolo de clan: una mantis levantada sobre sus patas, con las dos delanteras dispuestas a atacar -Vuestra visita es toda una sorpresa -continúa el samurái- Me enteré de la desgracia de vuestro padre y vuestro tío. Mi más sentido pésame.
-Precisamente mi visita está relacionada con ellos -continúa Mamoru- y con ésto -afirma, mientras alza su mano para que todo el mundo lo vea. Sujeto entre sus dedos, un dado. La gente mira extrañada al joven samurái, pero ha captado la atención del señor -Muy bien Mamoru-san, accederé gustosamente a hablar con vos.
Echigoya y Mamoru acceden a las dependencias privadas, mientras los demás cortesanos comienzan a soltar rumores fundados e infundados sobre la naturaleza de tan insólita reunión. Aunque Mamoru lo sospecha, ha dado tema de conversación a todas aquellas pirañas para bastante tiempo. Que se distraigan, él tiene algo más importante que hacer.
-Veo que llegó a tiempo este dado -dice Echigoya. Ambos se encuentran de pie en medio de la sala, quizás porque ninguno de los dos se encuentra lo suficientemente cómodo en esa situación, o sencillamente porque ninguno confía en el otro -Pertenecía a vuestro padre, y creía conveniente devolvéroslo.
-Debo daros las gracias por ello. Os he traído un presente que espero que compense semejante acción -responde Mamoru.
-Por favor, no hacía falta, era mi deber -responde amablemente el señor.
-Debo insistir -continúa Mamoru.
-Si así lo deseáis, ¿quién soy yo para negarme a aceptarlo? -concluye Echigoya.
Mamoru saca de los pliegues de su quimono un estuche para pergaminos, que entrega rápidamente a Echigoya -¿Qué es? -pregunta un tanto desconcertado el señor -Por favor, abridlo y vos mismo lo veréis -le responde Mamoru tranquilamente. El señor feudal destapa el contenedor y se acerca a una mesa cercana. Coge el pergamino con sus manos y lo extiende lentamente sobre ella. El nerviosismo se hace patente en el señor cuando rasga accidentalmente el pergamino. Su rostro hace evidencias de que acaba darse cuenta de lo que tiene en sus manos.
-Esto es... -dice como puede Echigoya.
-Un mapa con el destino que tenía que hacer mi padre y el destino que realmente hizo -comenta impasible Mamoru -Debía llevar el pago a los corsarios, a su islote principal. Sin embargo, como todos sabemos, su barco tuvo un accidente y se quemó, por culpa de la mala suerte de transportar un material tan inestable como la pimienta gaijin, según la versión oficial -Echigoya está completamente en blanco, incapaz de pronunciar palabra. -Pero -continúa Mamoru mientras avanza por la sala- esa era una suma de dinero demasiada cuantiosa como para relegarla así sin más a esas ratas, así que mi tío y tú elaborásteis un plan. Decidísteis hundir el barco para que éste no llegara a su destino, no sin antes sacar todo el tesoro de sus bodegas. Mi tío y tú dispusísteis un segundo barco en el que hacer el trasbordo, que estaría anclado en las playas que vienen como segundo destino en ese mapa, a la espera de que llegasen los marineros, entre ellos mi propio padre -en este punto se detiene para tomar aire, probablemente también afectado por la carga sentimental que está manifiesta en todas esas palabras. -Los marineros sabían que no volverían a ver a sus familias, pues estarían muertos a todos los efectos. Pero las riquezas que les prometísteis eran lo suficientemente grandiosas como para convencerlos. Así se llevó a cabo el plan. O al menos así debió haber ocurrido.
-Me sorprende que... -dice Echigoya, tras aclararse sonoramente la garganta -¡Aún no he acabado! -exclama Mamoru -Nunca hubiese llegado a la conclusión que voy a decir a continuación si no hubiese sido por vuestra torpeza. Olvidásteis que mi tío, zorro viejo, conservaba estos mapas que desvelaban vuestro plan, así como correspondencia que recibía de vuestro puño y letra. Así que, una vez muerto, era un singular problema que apareciesen, pues el único que tenía que perder en todo esto érais vos, Echigoya. Teníais que encontrar los documentos y eliminarlos. Documentos que, lamentablemente para vos, mantengo yo bajo mi poder...
-¡Maldito...! -exclama Echigoya dejado llevar por la furia -Sigo sin haber terminado. Así que os rogaría un momento más y acabaré -dice impasible Mamoru -Todavía quedan por pulir un par de detalles. Por un lado, tenemos el asunto de que los barcos jamás llegaron a su falso destino. En vuestro plan cúlmine terminásteis dejándoos llevar por la más abrupta codicia -dice marcando con asco la palabra mientras lo observa de arriba a abajo- y decidísteis que para qué compartir el tesoro con tanta gente, pudiendo mi tío y tú repartíroslo a partes más suculentas. Así que engañásteis a todos esos marineros del clan Mantis y cuando estuvieron en alta mar recurrísteis a los kamis para hundir y destruír su barco. Prueba de ello es la presencia de vuestro enviado shugenja hace varias noches para recuperar, entre otros, este mapa -llegado a este punto Echigoya no es capaz de articular palabra- Y todo este plan se viene abajo por esto -dice Mamoru triunfal mientras sujeta el dado con la palma de su mano- ¡Un último acto honorable de una rata miserable! -exclama Mamoru observándole con profundo desagrado. Echigoya traga saliva.
-Un dado de mi padre ¿por qué tan importante, os estaréis preguntando? Por algo muy simple. Porque la misma noche que mi padre murió y que llevásteis a cabo vuestro maquiavélico plan, la marea me trajo su cubilete. Es decir, en otras palabras, mi padre llevaba encima aquella noche su juego de Fortunas y Vientos. ¿Cómo pudo llegar a vuestras manos entonces el dado? -Echigoya entonces le aparta la mirada- Exactamente. Aquella noche os encontrábais en la misma nave que mi padre. Incapaz de dejar a la providencia la supervivencia del único que conocía vuestro plan, terminásteis matándolo con vuestras propias manos. Y guiado por una fuerza misteriosa que sólo los kamis saben, decidistéis intentar redimiros de vuestros escabrosos actos enviándonos esto como recuerdo. Comprenderéis ahora cuánto me desagrada estar en vuestra presencia... -finaliza Mamoru. Un silencio sepulcral recorre la estancia.
-¿Qué queréis? No habéis intentado matarme aún -dice por fin Echigoya- así que buscáis algo a cambio. Sin embargo -dice con una sonrisa en su rostro- si confesáis todo lo que me acabais de decir ante los magistrados Esmeralda no sólo yo caería en desgracia, vuestra propia familia sería tachada de impúdica, deshonrosa y canalla -concluye feliz.
-No es mi familia la que mantiene un tesoro ilegítimo escondido en sus arcas, sino vos. Además, seguro que alguien de su posición aprecia lo suficientemente su vida como para no llevarme a ese punto -responde también sonriente Mamoru.
-Creo que podemos reforzar la vieja alianza que vuestro tío y padre tenían conmigo, desde luego -concluye.
-Desde luego que sí.
Mamoru y Domoi vuelven aquel día a casa. Tras varios días de fuertes tormentas y pertinaces lluvias, el cielo consigue abrirse de nuevo. La oscuridad de la noche es acompañada con el lento mecer de las olas del mar. Allá entre ellas, perdido pequeño punto en el firmamento, refulge la Estrella del Mañana...