La oscuridad de la noche es acompañada con el lento mecer de las olas del mar. Allá entre ellas, perdido pequeño punto en el firmamento, refulge la Estrella del Mañana, la que hace de guía a los marineros que surcan las aguas hacia el continente. Ella misma es el mascarón de proa de su propia constelación, al frente de su propio navío, signo fiel del valor que siente y ella misma ostenta, así como un reflejo que todo viejo aventurero del océano encuentra allá arriba, tan cerca, y sin embargo, tan lejos. Todo miembro del orgulloso clan Mantis entiende lo que aquella estrella significa. Incluso ahora demuestra cómo aquella inusitada fe, que cualquiera otro del Imperio habría dudado de observar entre aquel grupo de familias, recobra un mayor significado. Lo han conseguido.
No hace ni un año que han sido aceptados como lo que siempre han defendido: un verdadero clan, un clan mayor. Sus aspiraciones, sus sueños de grandeza, han sido culminados de esta manera. El precio ha sido alto, muchas vidas son perdidas durante aquella fatal batalla contra el todopoderoso kami maligno cuyo nombre es siempre evitado, pero Fu Leng ha sido derrotado, un nuevo emperador comienza su dinastía, y todos los clanes han firmado finalmente la tregua. Paz en el Imperio, mas no paz para todos.
Mamoru se halla enmedio del mar y la fría agua empapa sus ropajes por encima de los tobillos, haciéndolos pesados. El viento rasga sin compasión sus facciones, arañándole cruelmente, pero, de igual manera, continúa impasible, vacía mirada, corazón apagado. Entre sus manos un cilindro de madera, un cubilete de dados, de elegante manufactura, pero con visos de haber sido usado. Repasa con las yemas de los dedos su contorno, mientras continúa con la mirada hacia el frente, ignorando lo que ocurre a su alrededor, como si todo lo demás no tuviese sentido. Una ráfaga de viento agita su quimono y las ondulaciones y pliegues de la ropa, durante un momento, esconden el mon de su clan. Sólo son décimas de segundo, pero en ese momento sus sentimientos recorren cada fibra de su ser, llenándole de exacerbada ira. Está a punto de gritar, pero no lo hace.
El lento chapoteo que produce de regreso a la playa son pequeños cuchillos que se le clavan en la espalda. Sus pisadas quedan marcadas en la arena, para ser borradas poco después por la marea. Camina lentamente, apesadumbrado, entre todo el gentío que tiene a su alrededor. Hay muchos gritos, pero todo queda sumergido en el silencio para él. Ahora sólo quiere caminar. Se aleja de la escena paso a paso, víctima de un dolor tardío. Mas no debe demostrarlo. Confía en su propia voluntad para no llorar, para no dejarse caer en el suelo, para no golpearlo con violencia hasta que le abandonen las fuerzas. Cierra los ojos a la par que camina, mientras ase con vehemencia el cubilete de madera. Cuando los abre intenta reprimir sus ansias de venganza, pero ya es tarde. Su padre acaba de morir.
No hace ni un año que han sido aceptados como lo que siempre han defendido: un verdadero clan, un clan mayor. Sus aspiraciones, sus sueños de grandeza, han sido culminados de esta manera. El precio ha sido alto, muchas vidas son perdidas durante aquella fatal batalla contra el todopoderoso kami maligno cuyo nombre es siempre evitado, pero Fu Leng ha sido derrotado, un nuevo emperador comienza su dinastía, y todos los clanes han firmado finalmente la tregua. Paz en el Imperio, mas no paz para todos.
Mamoru se halla enmedio del mar y la fría agua empapa sus ropajes por encima de los tobillos, haciéndolos pesados. El viento rasga sin compasión sus facciones, arañándole cruelmente, pero, de igual manera, continúa impasible, vacía mirada, corazón apagado. Entre sus manos un cilindro de madera, un cubilete de dados, de elegante manufactura, pero con visos de haber sido usado. Repasa con las yemas de los dedos su contorno, mientras continúa con la mirada hacia el frente, ignorando lo que ocurre a su alrededor, como si todo lo demás no tuviese sentido. Una ráfaga de viento agita su quimono y las ondulaciones y pliegues de la ropa, durante un momento, esconden el mon de su clan. Sólo son décimas de segundo, pero en ese momento sus sentimientos recorren cada fibra de su ser, llenándole de exacerbada ira. Está a punto de gritar, pero no lo hace.
El lento chapoteo que produce de regreso a la playa son pequeños cuchillos que se le clavan en la espalda. Sus pisadas quedan marcadas en la arena, para ser borradas poco después por la marea. Camina lentamente, apesadumbrado, entre todo el gentío que tiene a su alrededor. Hay muchos gritos, pero todo queda sumergido en el silencio para él. Ahora sólo quiere caminar. Se aleja de la escena paso a paso, víctima de un dolor tardío. Mas no debe demostrarlo. Confía en su propia voluntad para no llorar, para no dejarse caer en el suelo, para no golpearlo con violencia hasta que le abandonen las fuerzas. Cierra los ojos a la par que camina, mientras ase con vehemencia el cubilete de madera. Cuando los abre intenta reprimir sus ansias de venganza, pero ya es tarde. Su padre acaba de morir.
1 comentario:
Esto promete, a ver el segundo capítulo.
Así va a ser tu blog, vas a escribir una especie de novela por entregas o algo así? xD, en tal caso, avísame cada vez que actualices, sigue así!
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