Un monje pasea alrededor de la sala recitando unos salmos que intentan consolar a la familia, a la par que transmitirle al difunto el respeto de todos los vivos. Hay un altar delante del muerto, con una vasija que contiene un ramillete de lilas. A su lado un broche dorado con el símbolo del clan de la Mantis y un poco más allá el cubilete de dados que Mamoru rescató del agua aquella noche. No poder encontrar el cuerpo de su padre no les impide recordarlo durante el ritual, en el que oran por ambos hermanos.
La pequeña capilla está sumergida en el constante recitar de oraciones en los que se proliga el sacerdote. Todos los presentes corresponden a las plegarias. Allí se encuentran todos los familiares más cercanos a ambos hermanos. Por supuesto, entre ellos, se encuentra la madre de Mamoru, vestida de impoluto negro, conservando la calma como puede, pero incapaz de evitar que las lágrimas recorran su rostro. Le quería. Tiene derecho a manifestarlo allí, en privado.
Más pronto de lo que creía Mamoru, aparece Domoi avisando de que ya ha amanecido. Los presentes se preparan para llevar a cabo el traslado del difunto hasta el templo de Kaimetsu-uo, donde será incinerado. Durante ese trayecto hasta el santuario, Mamoru tiene planeado hacer algo.
El séquito fúnebre abandona pocos minutos después la capilla familiar, para recorrer el camino hasta el templo. Algunos, sobre todo amigos de los difuntos, elevan un rezo en sus honores. La procesión marcha calle abajo en un absoluto silencio. La mañana parece noche.
En la escalinata del templo un hombre se acerca y se pone al paso de Mamoru, que continúa avanzando lentamente. Lleva un quimono amarillo, que permite observarle su curtido pecho, aderezado de unas franjas negras cada pocos centímetros de tela. En su cabeza, ondeada por el viento, una bandana amarilla. Un Tsuruchi, del clan de la Avispa, aliados de la Mantis y, en este caso, un amigo de Mamoru: Tsuruchi Tai.
Mientras el cuerpo es llevado al interior del templo, en donde tendrá lugar la cremación, Mamoru le cuenta a Tai rápidamente los problemas que está causando el magistrado Dragón. -Necesito que averigües qué sabe exactamente ese hombre de lo que le pasó a mi padre. No me importa lo que hagas, sólo averígualo -ordena fríamente Mamoru. Tai asiente seriamente, mientras ambos avanzan escalera arriba.
Cuando llegan a la sala de ceremonias buscan un lugar donde sentarse. Sin embargo, Mamoru se percata de algo que le llama profundísimamente la atención. Su corazón da un vuelco increíble cuando sus ojos se posan en el altar del templo. Junto a las ofrendas que se han traído desde casa y otras más que se han sumado ahora, encuentra un pequeño objeto que para cualquier otro no tendría mayor relevancia, pero para él supone un duro revés. Allí encuentra un dado de su padre.
La pequeña capilla está sumergida en el constante recitar de oraciones en los que se proliga el sacerdote. Todos los presentes corresponden a las plegarias. Allí se encuentran todos los familiares más cercanos a ambos hermanos. Por supuesto, entre ellos, se encuentra la madre de Mamoru, vestida de impoluto negro, conservando la calma como puede, pero incapaz de evitar que las lágrimas recorran su rostro. Le quería. Tiene derecho a manifestarlo allí, en privado.
Más pronto de lo que creía Mamoru, aparece Domoi avisando de que ya ha amanecido. Los presentes se preparan para llevar a cabo el traslado del difunto hasta el templo de Kaimetsu-uo, donde será incinerado. Durante ese trayecto hasta el santuario, Mamoru tiene planeado hacer algo.
El séquito fúnebre abandona pocos minutos después la capilla familiar, para recorrer el camino hasta el templo. Algunos, sobre todo amigos de los difuntos, elevan un rezo en sus honores. La procesión marcha calle abajo en un absoluto silencio. La mañana parece noche.
En la escalinata del templo un hombre se acerca y se pone al paso de Mamoru, que continúa avanzando lentamente. Lleva un quimono amarillo, que permite observarle su curtido pecho, aderezado de unas franjas negras cada pocos centímetros de tela. En su cabeza, ondeada por el viento, una bandana amarilla. Un Tsuruchi, del clan de la Avispa, aliados de la Mantis y, en este caso, un amigo de Mamoru: Tsuruchi Tai.
Mientras el cuerpo es llevado al interior del templo, en donde tendrá lugar la cremación, Mamoru le cuenta a Tai rápidamente los problemas que está causando el magistrado Dragón. -Necesito que averigües qué sabe exactamente ese hombre de lo que le pasó a mi padre. No me importa lo que hagas, sólo averígualo -ordena fríamente Mamoru. Tai asiente seriamente, mientras ambos avanzan escalera arriba.
Cuando llegan a la sala de ceremonias buscan un lugar donde sentarse. Sin embargo, Mamoru se percata de algo que le llama profundísimamente la atención. Su corazón da un vuelco increíble cuando sus ojos se posan en el altar del templo. Junto a las ofrendas que se han traído desde casa y otras más que se han sumado ahora, encuentra un pequeño objeto que para cualquier otro no tendría mayor relevancia, pero para él supone un duro revés. Allí encuentra un dado de su padre.
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