El cielo se ha oscurecido, víctima de acuciantes nubes que han surgido como de la nada, lo que confiere todo de un aspecto lánguido y triste. El ascenso por la cuesta se hace largo. Los pies no le resbalan pese a las primeras gotas de lluvia que comienzan a caer, que empapan la tierra y los brotes de hierba por los que deben surcar sus pasos. La fiereza que descarga el cielo contrasta con la indiferencia que muestra el rostro de Mamoru.
Un pequeño puente de piedra atraviesa los dos peñascos, conduciendo a los visitantes hasta la entrada. Allí arriba del todo, rodeado sólo por acantilados que son devorados por la impetuosidad de la mar, se alza la casa de su viejo tío. Un criado lo recibe y lo conduce hasta la sala principal, donde una chimenea ofrece un mejor ambiente que el que se está gestando fuera. Al poco aparece su tío, un anciano castigado por las vicisitudes del destino, que perdió sus dos piernas durante un conflicto naval. Ahora sólo puede moverse gracias a un palanquín que llevan un par de criados. Les pide que se marchen.
-He oído lo de mi hermano. Lamento su pérdida -dice en cuanto están solos. Mamoru lo observa sin añadir nada. Se produce un pequeño silencio. El viejo comienza a preparse un té mientras prosigue la conversación. -También sé por qué estás aquí -asegura, levantando la mirada de las hierbas que está manipulando. Mamoru y él cruzan miradas durante un instante. Las dos sombras que proyectan, una fuerte y erguida y la otra achaparrada y hundida, se encuentran gracias a las llamas del fuego. -Pero no hallarás ni gloria ni paz con ello. -El silencio se prolonga demasiado tiempo, roto sólo por el crujir de los leños y el golpe de mortero del viejo. -¿Crees que eso es lo que tu padre habría querido que sucediera? Estás muy equivocado si piensas eso muchacho. Ni él, ni yo, ni mucho menos tu padre queríamos que esto acabase así, pero no nos ha quedado otra alternativa. Acércame la tetera, por favor.
Mamoru se la ofrece a su tío, que introduce dentro los materiales y los deja reposar. Mientras se prepara la bebida continúan hablando. -Olvídalo todo y sigue con tu vida. No vas a arreglar nada si continúas adelante, sólo lograrás una deshonrosa muerte y traer la desgracia a nuestra familia. Y créeme muchacho, no quieres hacer eso -concluye con un gesto inequívoco en su mirar. El joven se tensa.
Cuando el agua está lo suficientemente caliente y tras haber preparado un par de tazas convenientemente, el anciano sirve el té. Se lo ofrece a Mamoru, que lo acepta. La mano que permanece en un segundo plano, oculta tras la otra que sujeta la taza, comienza a ir por su cuenta, guiada por el instinto del samurai. Probablemente el viejo se da cuenta, pero no dice nada. Ambos beben. -Todo lo hemos hecho por el bien del clan -dice el anciano. La mano de Mamoru roza su wakizashi. -Espero que algún día llegues a... comprenderlo -y el viejo tío desfallece súbitamente sobre la mesa. Antes de que la incredulidad sobrepase a Mamoru, éste cae también sobre ella. El silencio, esta vez, es mucho más largo.
Un pequeño puente de piedra atraviesa los dos peñascos, conduciendo a los visitantes hasta la entrada. Allí arriba del todo, rodeado sólo por acantilados que son devorados por la impetuosidad de la mar, se alza la casa de su viejo tío. Un criado lo recibe y lo conduce hasta la sala principal, donde una chimenea ofrece un mejor ambiente que el que se está gestando fuera. Al poco aparece su tío, un anciano castigado por las vicisitudes del destino, que perdió sus dos piernas durante un conflicto naval. Ahora sólo puede moverse gracias a un palanquín que llevan un par de criados. Les pide que se marchen.
-He oído lo de mi hermano. Lamento su pérdida -dice en cuanto están solos. Mamoru lo observa sin añadir nada. Se produce un pequeño silencio. El viejo comienza a preparse un té mientras prosigue la conversación. -También sé por qué estás aquí -asegura, levantando la mirada de las hierbas que está manipulando. Mamoru y él cruzan miradas durante un instante. Las dos sombras que proyectan, una fuerte y erguida y la otra achaparrada y hundida, se encuentran gracias a las llamas del fuego. -Pero no hallarás ni gloria ni paz con ello. -El silencio se prolonga demasiado tiempo, roto sólo por el crujir de los leños y el golpe de mortero del viejo. -¿Crees que eso es lo que tu padre habría querido que sucediera? Estás muy equivocado si piensas eso muchacho. Ni él, ni yo, ni mucho menos tu padre queríamos que esto acabase así, pero no nos ha quedado otra alternativa. Acércame la tetera, por favor.
Mamoru se la ofrece a su tío, que introduce dentro los materiales y los deja reposar. Mientras se prepara la bebida continúan hablando. -Olvídalo todo y sigue con tu vida. No vas a arreglar nada si continúas adelante, sólo lograrás una deshonrosa muerte y traer la desgracia a nuestra familia. Y créeme muchacho, no quieres hacer eso -concluye con un gesto inequívoco en su mirar. El joven se tensa.
Cuando el agua está lo suficientemente caliente y tras haber preparado un par de tazas convenientemente, el anciano sirve el té. Se lo ofrece a Mamoru, que lo acepta. La mano que permanece en un segundo plano, oculta tras la otra que sujeta la taza, comienza a ir por su cuenta, guiada por el instinto del samurai. Probablemente el viejo se da cuenta, pero no dice nada. Ambos beben. -Todo lo hemos hecho por el bien del clan -dice el anciano. La mano de Mamoru roza su wakizashi. -Espero que algún día llegues a... comprenderlo -y el viejo tío desfallece súbitamente sobre la mesa. Antes de que la incredulidad sobrepase a Mamoru, éste cae también sobre ella. El silencio, esta vez, es mucho más largo.
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