domingo, 16 de mayo de 2010

Yoritomo Mamoru: Parte II

La oscuridad comienza a envolverle. El viejo empedrado comienza a ser más tosco e inexistente y las lámparas de piedra dejan de acompañarle. Los edificios comienzan a estar más apiñados entre ellos, la basura llega a acumularse en verdaderos montones de porquería, en el que mendigos, indigentes y pobres almas que no tienen nada que llevarse a la boca se disputan cada pequeño bocado. Las moscas revolotean cerca suya, acercándole el olor a orín a un palmo de su nariz. Gente de la peor calaña se apilan en callejones aún más cerrados, observándole sin cesar, pero sin atreverse a decirle nada. Todos saben quién es y saben por qué está allí.

Mamoru recorre de memoria las intrincadas callejuelas, sabedor de su destino. Su paso es firme y decidido. Constante. No es la primera vez que recurre a las clases bajas de la sociedad. Rufianes y ladrones para algunos, buenos informadores si se les satisface para otros. Si alguien sabe algo de lo ocurrido ellos lo saben. Siempre lo saben. Aunque a veces haya que ponerse más duro de lo deseable.

Dos farolillos rojos, un cartel rosado con unos kanjis provocativos y el olor a incienso barato se muestran ante Mamoru. Una destartalada vivienda con apolilladas vigas que se ven desde el exterior acoge a todos aquellos desgraciados que tienen ganas de gastar su sueldo. El guardia de la puerta no tiene valor suficiente para decirle nada a Mamoru y sólo agacha la cabeza mientras el samurai se introduce en el interior.

De repente un sofocante calor le asfixia. El ambiente está cargadísimo. La sala está repleta de gente, que charla, canta, se pelea y se desfoga con falsas geishas. Sólo utilizan ese nombre para no llamar demasiado la atención, pero todos saben que aquel antro no es más que un lugar de perversión. Mamoru recorre la estancia con la mirada hasta que da con el que está buscando.

Al fondo de la habitación principal, junto a aquellas escaleras que nadie sabe cómo siguen en pie, dos hombres ponen a prueba su habilidad lanzando cuchillos contra un tablón de la pared. Uno de ellos, aquel que busca, ha ganado su duelo, pero parece que el otro no se muestra muy conforme con el resultado. El brillo de una pequeña hoja sale de una de sus mangas y se dirige sin demora hacia el vientre de su rival. Pero éste está atento, y es ágil para su tamaño. Aferra fuertemente la muñeca de su contrincante y la entrechoca contra la pared. El golpe inesperado le hace soltar el cuchillo. Antes de que éste toque el suelo la daga ha cambiado de manos y termina en el costado de su propietario inicial. Sangre. Muerto. En pocos segundos el cuerpo ha sido retirado y la fiesta continúa.

Mamoru avanza sin demora hasta hallarse al lado de su hombre. Le habla. El otro le responde. Ambos saben lo que cada uno quiere. Una moneda cambia de manos y ambos se dirigen a una zona apartada. El hombre cuenta lo que sabe. A medida que los detalles se van sucediendo Mamoru se siente más desconcertado. Finalmente los labios del hombre se sellan con un nombre. En ese momento Mamoru siente como si él hubiese recibido otra puñalada.

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