viernes, 21 de mayo de 2010

Tsuruchi Tai: Interludio

La tormenta de un par de días atrás sigue cebándose en la isla. Curiosamente, como bien le dijo a su amigo, parece que los elementos tuvieron un momento de piedad durante el funeral. Pero ahora a él eso no le vale, las gotas restallan sin piedad sobre su armadura de cuero y su quimono. Quién lo diría, parece que se ha ablandado un poco. Para él esa lluvia no habría sido sino un refrescante aguacero en otro tiempo. Bueno, mejor así. Podría disfrutar aún más de esto.

Tai se dirige a la morada de Yoritomo Katashi, donde el magistrado sigue adelante en sus pesquisas. De hecho, le han concedido descansar allí mientras se resuelve el caso de cómo pudo morir envenenado el anciano Mantis. La familia de Mamoru se muestra decidida a encontrar al culpable de aquel asesinato y por ello ayudan al Dragón. Él desconoce qué sabe exactamente su amigo como para preocuparse de esa manera por estas investigaciones, pero si se encuentra así y ha recurrido a él, será por algo.

Tras completar el ascenso a la rocosa colina una ráfaga de aire lo empuja ferozmente. Tiene que inclinarse hacia adelante rápidamente o habría caído acantilado abajo. El viento se ha desatado por completo y arrastra consigo todo lo que puede. La bandera que corona el dintel de la entrada a la casa sale volando, arrancada literalmente de su mástil. Una vez que ha conseguido equilibrarse, Tai avanza con presteza hacia el edificio. No hay luces en la casa. Extraño.

De repente dos siluetas surgen de la entrada de la casa, recorriendo rápidamente el patio interior. Si sus ojos no le han engañado juraría que eran dos samuráis vendiendo cara su vida, luchando uno contra otro. El Avispa corre todo lo que puede, mientras prepara su arco. Maldice al viento.

Cuando atraviesa el umbral un fogonazo y un estruendo lo dejan ciego y sordo. Se lleva las manos a la cabeza mientras sus oídos se desgastan con un pitido regular y agudo. Se mantiene de pie como puede, desequilibrado como está. Su vista sólo es capaz de enseñarle una cantidad de puntos brillantes sin ningún patrón reconocible. Afortunadamente poco a poco es capaz de distinguirse sus manos. Al poco nota el calor. Echa una ojeada y contempla cómo el fuego está consumiendo gran parte del edificio, que tiene un gran agujero en su cima. Todo el patio es un hervidero de ladrillos humeantes, hierba quemada y trozos de madera. A Tai se le encoge un poco el corazón y se sorprende de su extremada suerte. Ese rayo ha caído muy cerca.

Al fondo del patio, sobre una sección del muro exterior que ha sido parcialmente destruído por la explosión, los dos samuráis continúan peleando, en la vorágine de la tormenta. Uno de ellos es el magistrado Dragón, que se defiende como puede de los embates de un samurái sin símbolo conocido. El desconocido esgrime la katana con crudeza, apuntando a los puntos vitales del magistrado como si su vida dependiese de ello. El entrechocar del metal contra el metal termina de despertar al aletargado Avispa, que corre al encuentro de ambos luchadores. Sin embargo, no ha emprendido aún del todo la carrera, cuando su instinto le hace dar una voltereta hacia un lado. Una bola de fuego impacta en el lugar donde se hallaba no hace ni medio segundo. Por un pelo. Tai levanta la mirada a los cielos y recrudece su rostro con furia. Allá arriba, suspendido entre cambiantes e irrefrenables corrientes de viento, se alza un jinete de la tormenta.

Ambos se miran con desdén durante unos segundos que parecen interminables. Después una sonrisa cubre el rostro del shugenja, que extiende sus brazos hacia Tai. Una ola tempestuosa de agua y viento recorre con facilidad la distancia que separa a ambos y está a punto de impactar sobre él. Pero ha conseguido ser más rápido y la ha eludido, corriendo todo lo que puede para no quedar al alcance de la magia.

-¡Los documentos! ¡Tiene los documentos! -le exclama entonces el Dragón, que está ocupado en procurar que la hoja de su enemigo no le atraviese el pecho. Su voz consigue superar el rugido infernal que genera el tifón y llega a oídos del Avispa. Tai no se lo piensa más.

Trepa corriendo los trozos de muro que ha causado el destrozo del rayo, ganando cada vez más altura. Esquirlas de piedra impulsadas por el viento intentan incrustarse en su cuerpo y si bien algunas le arañan, ninguna consigue su propósito. Finalmente alcanza una altura considerable, sobre lo que era el tejado de la casa. Un conjunto enorme de tejas verdes, que aguantaron la sacudida de la tormenta, son impulsadas para intentar derribarlo y tirarlo hacia las fauces de una mar hambrienta. Llevado quizás por un instinto de supervivencia, el samurái apresta su arco recogiendo una flecha de su carcaj. Luego, corre todo lo que sus piernas le permiten, dando grandes zancadas, directo hacia a aquel monstruoso pedazo de edificio que tiene intención de impactarle. El samurái salta apurando la carrera, al tiempo que libera su flecha.

En un último momento, cuando el impacto parece inminente, la mole de piedra y barro pierde súbitamente la velocidad, y el samurái cae sobre ella con gran fuerza. Al mismo tiempo, comienzan ambos a caer, hasta que se dan de bruces contra el suelo. Tai se levanta como puede, magullado y defenestrado como está, pero en contra de toda lógica y suerte, no se ha partido ningún hueso, aunque probablemente se haya dislocado un hombro.

Una vez de pie y semirrecobrado de su acción, cojea varios metros por delante suya, donde un bulto liado de telas marrones acaba de caer del cielo. Lo recoge y avanza renqueante hacia el lugar donde peleaban los samuráis. Allí no encuentra a ninguno de los dos, pero una voz le llega desde más allá, del acantilado.

Agarrado con una sóla mano sobre un reborde que sobresale de la pared de roca y piedra, se halla el Dragón, que tiene su cuerpo en pleno vacío. Su quimono está repleto de sangre, con una herida enorme recorriendo su hombro hasta la clavícula. Tai baja un brazo para prestar ayuda al magistrado y éste coge la mano sin titubear.

-¿Qué es esto? -pregunta Tai alzando la voz sobre la tormenta. El samurái Dragón se toma su tiempo en contestar, realizando profundas inspiraciones -Es una prueba que acusa directamente a Yoritomo Echigoya, Yoritomo Takumi y Yoritomo Katashi de traición al Imperio -contesta agitadamente el Dragón. -Ya veo... -dice el Avispa.

Un último rayo cae aquella noche. El rugir que causa el trueno oculta la caída del samurái Kitsuki Akikazu hacia las afiladas rocas del mar. Para la mayoría de la gente, un íntegro magistrado que murió en un incendio natural aquella noche.

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