viernes, 21 de mayo de 2010

Yoritomo Mamoru: Final

La gran sala de audiencias murmura cuando anuncian su nombre. Todos ellos conocen a Yoritomo Mamoru, último descendiente directo de Gusai Oda, el primer Mantis que accedió a la Corte Imperial hace ya tantos años. Muchos lo ven de manera ofensiva, al conocer como acabó la familia Gusai, pero para Mamoru es signo de orgullo reconocer su linaje. A su lado, avanza su siempre servicial consejero, Domoi. Ambos han recorrido varias leguas para llegar hasta allí.

-Estimado Yoritomo Echigoya-sama -proclama- Vengo a su presencia para hablar un asunto muy importante.

-Déjame darte la bienvenida antes que nada a mis tierras Mamoru-san -responde un samurái de mediana edad. Tiene el pelo corto, cenizo, con una barba recogida en una trenza por debajo del mentón, negra. Ostenta un quimono de seda verde marino, con un gran mon de la Mantis en su pecho, además de una serie de colgantes de oro alrededor de su cuello. A la altura de su cintura lleva su wakizashi: una hoja fabricada por herreros de la familia Tsi, toda ella hecha de plata. La empuñadura lleva engarzada una serie de esmeraldas que conforman el símbolo de clan: una mantis levantada sobre sus patas, con las dos delanteras dispuestas a atacar -Vuestra visita es toda una sorpresa -continúa el samurái- Me enteré de la desgracia de vuestro padre y vuestro tío. Mi más sentido pésame.

-Precisamente mi visita está relacionada con ellos -continúa Mamoru- y con ésto -afirma, mientras alza su mano para que todo el mundo lo vea. Sujeto entre sus dedos, un dado. La gente mira extrañada al joven samurái, pero ha captado la atención del señor -Muy bien Mamoru-san, accederé gustosamente a hablar con vos.

Echigoya y Mamoru acceden a las dependencias privadas, mientras los demás cortesanos comienzan a soltar rumores fundados e infundados sobre la naturaleza de tan insólita reunión. Aunque Mamoru lo sospecha, ha dado tema de conversación a todas aquellas pirañas para bastante tiempo. Que se distraigan, él tiene algo más importante que hacer.

-Veo que llegó a tiempo este dado -dice Echigoya. Ambos se encuentran de pie en medio de la sala, quizás porque ninguno de los dos se encuentra lo suficientemente cómodo en esa situación, o sencillamente porque ninguno confía en el otro -Pertenecía a vuestro padre, y creía conveniente devolvéroslo.

-Debo daros las gracias por ello. Os he traído un presente que espero que compense semejante acción -responde Mamoru.

-Por favor, no hacía falta, era mi deber -responde amablemente el señor.

-Debo insistir -continúa Mamoru.

-Si así lo deseáis, ¿quién soy yo para negarme a aceptarlo? -concluye Echigoya.

Mamoru saca de los pliegues de su quimono un estuche para pergaminos, que entrega rápidamente a Echigoya -¿Qué es? -pregunta un tanto desconcertado el señor -Por favor, abridlo y vos mismo lo veréis -le responde Mamoru tranquilamente. El señor feudal destapa el contenedor y se acerca a una mesa cercana. Coge el pergamino con sus manos y lo extiende lentamente sobre ella. El nerviosismo se hace patente en el señor cuando rasga accidentalmente el pergamino. Su rostro hace evidencias de que acaba darse cuenta de lo que tiene en sus manos.

-Esto es... -dice como puede Echigoya.

-Un mapa con el destino que tenía que hacer mi padre y el destino que realmente hizo -comenta impasible Mamoru -Debía llevar el pago a los corsarios, a su islote principal. Sin embargo, como todos sabemos, su barco tuvo un accidente y se quemó, por culpa de la mala suerte de transportar un material tan inestable como la pimienta gaijin, según la versión oficial -Echigoya está completamente en blanco, incapaz de pronunciar palabra. -Pero -continúa Mamoru mientras avanza por la sala- esa era una suma de dinero demasiada cuantiosa como para relegarla así sin más a esas ratas, así que mi tío y tú elaborásteis un plan. Decidísteis hundir el barco para que éste no llegara a su destino, no sin antes sacar todo el tesoro de sus bodegas. Mi tío y tú dispusísteis un segundo barco en el que hacer el trasbordo, que estaría anclado en las playas que vienen como segundo destino en ese mapa, a la espera de que llegasen los marineros, entre ellos mi propio padre -en este punto se detiene para tomar aire, probablemente también afectado por la carga sentimental que está manifiesta en todas esas palabras. -Los marineros sabían que no volverían a ver a sus familias, pues estarían muertos a todos los efectos. Pero las riquezas que les prometísteis eran lo suficientemente grandiosas como para convencerlos. Así se llevó a cabo el plan. O al menos así debió haber ocurrido.

-Me sorprende que... -dice Echigoya, tras aclararse sonoramente la garganta -¡Aún no he acabado! -exclama Mamoru -Nunca hubiese llegado a la conclusión que voy a decir a continuación si no hubiese sido por vuestra torpeza. Olvidásteis que mi tío, zorro viejo, conservaba estos mapas que desvelaban vuestro plan, así como correspondencia que recibía de vuestro puño y letra. Así que, una vez muerto, era un singular problema que apareciesen, pues el único que tenía que perder en todo esto érais vos, Echigoya. Teníais que encontrar los documentos y eliminarlos. Documentos que, lamentablemente para vos, mantengo yo bajo mi poder...

-¡Maldito...! -exclama Echigoya dejado llevar por la furia -Sigo sin haber terminado. Así que os rogaría un momento más y acabaré -dice impasible Mamoru -Todavía quedan por pulir un par de detalles. Por un lado, tenemos el asunto de que los barcos jamás llegaron a su falso destino. En vuestro plan cúlmine terminásteis dejándoos llevar por la más abrupta codicia -dice marcando con asco la palabra mientras lo observa de arriba a abajo- y decidísteis que para qué compartir el tesoro con tanta gente, pudiendo mi tío y tú repartíroslo a partes más suculentas. Así que engañásteis a todos esos marineros del clan Mantis y cuando estuvieron en alta mar recurrísteis a los kamis para hundir y destruír su barco. Prueba de ello es la presencia de vuestro enviado shugenja hace varias noches para recuperar, entre otros, este mapa -llegado a este punto Echigoya no es capaz de articular palabra- Y todo este plan se viene abajo por esto -dice Mamoru triunfal mientras sujeta el dado con la palma de su mano- ¡Un último acto honorable de una rata miserable! -exclama Mamoru observándole con profundo desagrado. Echigoya traga saliva.

-Un dado de mi padre ¿por qué tan importante, os estaréis preguntando? Por algo muy simple. Porque la misma noche que mi padre murió y que llevásteis a cabo vuestro maquiavélico plan, la marea me trajo su cubilete. Es decir, en otras palabras, mi padre llevaba encima aquella noche su juego de Fortunas y Vientos. ¿Cómo pudo llegar a vuestras manos entonces el dado? -Echigoya entonces le aparta la mirada- Exactamente. Aquella noche os encontrábais en la misma nave que mi padre. Incapaz de dejar a la providencia la supervivencia del único que conocía vuestro plan, terminásteis matándolo con vuestras propias manos. Y guiado por una fuerza misteriosa que sólo los kamis saben, decidistéis intentar redimiros de vuestros escabrosos actos enviándonos esto como recuerdo. Comprenderéis ahora cuánto me desagrada estar en vuestra presencia... -finaliza Mamoru. Un silencio sepulcral recorre la estancia.

-¿Qué queréis? No habéis intentado matarme aún -dice por fin Echigoya- así que buscáis algo a cambio. Sin embargo -dice con una sonrisa en su rostro- si confesáis todo lo que me acabais de decir ante los magistrados Esmeralda no sólo yo caería en desgracia, vuestra propia familia sería tachada de impúdica, deshonrosa y canalla -concluye feliz.

-No es mi familia la que mantiene un tesoro ilegítimo escondido en sus arcas, sino vos. Además, seguro que alguien de su posición aprecia lo suficientemente su vida como para no llevarme a ese punto -responde también sonriente Mamoru.

-Creo que podemos reforzar la vieja alianza que vuestro tío y padre tenían conmigo, desde luego -concluye.

-Desde luego que sí.

Mamoru y Domoi vuelven aquel día a casa. Tras varios días de fuertes tormentas y pertinaces lluvias, el cielo consigue abrirse de nuevo. La oscuridad de la noche es acompañada con el lento mecer de las olas del mar. Allá entre ellas, perdido pequeño punto en el firmamento, refulge la Estrella del Mañana...

Tsuruchi Tai: Interludio

La tormenta de un par de días atrás sigue cebándose en la isla. Curiosamente, como bien le dijo a su amigo, parece que los elementos tuvieron un momento de piedad durante el funeral. Pero ahora a él eso no le vale, las gotas restallan sin piedad sobre su armadura de cuero y su quimono. Quién lo diría, parece que se ha ablandado un poco. Para él esa lluvia no habría sido sino un refrescante aguacero en otro tiempo. Bueno, mejor así. Podría disfrutar aún más de esto.

Tai se dirige a la morada de Yoritomo Katashi, donde el magistrado sigue adelante en sus pesquisas. De hecho, le han concedido descansar allí mientras se resuelve el caso de cómo pudo morir envenenado el anciano Mantis. La familia de Mamoru se muestra decidida a encontrar al culpable de aquel asesinato y por ello ayudan al Dragón. Él desconoce qué sabe exactamente su amigo como para preocuparse de esa manera por estas investigaciones, pero si se encuentra así y ha recurrido a él, será por algo.

Tras completar el ascenso a la rocosa colina una ráfaga de aire lo empuja ferozmente. Tiene que inclinarse hacia adelante rápidamente o habría caído acantilado abajo. El viento se ha desatado por completo y arrastra consigo todo lo que puede. La bandera que corona el dintel de la entrada a la casa sale volando, arrancada literalmente de su mástil. Una vez que ha conseguido equilibrarse, Tai avanza con presteza hacia el edificio. No hay luces en la casa. Extraño.

De repente dos siluetas surgen de la entrada de la casa, recorriendo rápidamente el patio interior. Si sus ojos no le han engañado juraría que eran dos samuráis vendiendo cara su vida, luchando uno contra otro. El Avispa corre todo lo que puede, mientras prepara su arco. Maldice al viento.

Cuando atraviesa el umbral un fogonazo y un estruendo lo dejan ciego y sordo. Se lleva las manos a la cabeza mientras sus oídos se desgastan con un pitido regular y agudo. Se mantiene de pie como puede, desequilibrado como está. Su vista sólo es capaz de enseñarle una cantidad de puntos brillantes sin ningún patrón reconocible. Afortunadamente poco a poco es capaz de distinguirse sus manos. Al poco nota el calor. Echa una ojeada y contempla cómo el fuego está consumiendo gran parte del edificio, que tiene un gran agujero en su cima. Todo el patio es un hervidero de ladrillos humeantes, hierba quemada y trozos de madera. A Tai se le encoge un poco el corazón y se sorprende de su extremada suerte. Ese rayo ha caído muy cerca.

Al fondo del patio, sobre una sección del muro exterior que ha sido parcialmente destruído por la explosión, los dos samuráis continúan peleando, en la vorágine de la tormenta. Uno de ellos es el magistrado Dragón, que se defiende como puede de los embates de un samurái sin símbolo conocido. El desconocido esgrime la katana con crudeza, apuntando a los puntos vitales del magistrado como si su vida dependiese de ello. El entrechocar del metal contra el metal termina de despertar al aletargado Avispa, que corre al encuentro de ambos luchadores. Sin embargo, no ha emprendido aún del todo la carrera, cuando su instinto le hace dar una voltereta hacia un lado. Una bola de fuego impacta en el lugar donde se hallaba no hace ni medio segundo. Por un pelo. Tai levanta la mirada a los cielos y recrudece su rostro con furia. Allá arriba, suspendido entre cambiantes e irrefrenables corrientes de viento, se alza un jinete de la tormenta.

Ambos se miran con desdén durante unos segundos que parecen interminables. Después una sonrisa cubre el rostro del shugenja, que extiende sus brazos hacia Tai. Una ola tempestuosa de agua y viento recorre con facilidad la distancia que separa a ambos y está a punto de impactar sobre él. Pero ha conseguido ser más rápido y la ha eludido, corriendo todo lo que puede para no quedar al alcance de la magia.

-¡Los documentos! ¡Tiene los documentos! -le exclama entonces el Dragón, que está ocupado en procurar que la hoja de su enemigo no le atraviese el pecho. Su voz consigue superar el rugido infernal que genera el tifón y llega a oídos del Avispa. Tai no se lo piensa más.

Trepa corriendo los trozos de muro que ha causado el destrozo del rayo, ganando cada vez más altura. Esquirlas de piedra impulsadas por el viento intentan incrustarse en su cuerpo y si bien algunas le arañan, ninguna consigue su propósito. Finalmente alcanza una altura considerable, sobre lo que era el tejado de la casa. Un conjunto enorme de tejas verdes, que aguantaron la sacudida de la tormenta, son impulsadas para intentar derribarlo y tirarlo hacia las fauces de una mar hambrienta. Llevado quizás por un instinto de supervivencia, el samurái apresta su arco recogiendo una flecha de su carcaj. Luego, corre todo lo que sus piernas le permiten, dando grandes zancadas, directo hacia a aquel monstruoso pedazo de edificio que tiene intención de impactarle. El samurái salta apurando la carrera, al tiempo que libera su flecha.

En un último momento, cuando el impacto parece inminente, la mole de piedra y barro pierde súbitamente la velocidad, y el samurái cae sobre ella con gran fuerza. Al mismo tiempo, comienzan ambos a caer, hasta que se dan de bruces contra el suelo. Tai se levanta como puede, magullado y defenestrado como está, pero en contra de toda lógica y suerte, no se ha partido ningún hueso, aunque probablemente se haya dislocado un hombro.

Una vez de pie y semirrecobrado de su acción, cojea varios metros por delante suya, donde un bulto liado de telas marrones acaba de caer del cielo. Lo recoge y avanza renqueante hacia el lugar donde peleaban los samuráis. Allí no encuentra a ninguno de los dos, pero una voz le llega desde más allá, del acantilado.

Agarrado con una sóla mano sobre un reborde que sobresale de la pared de roca y piedra, se halla el Dragón, que tiene su cuerpo en pleno vacío. Su quimono está repleto de sangre, con una herida enorme recorriendo su hombro hasta la clavícula. Tai baja un brazo para prestar ayuda al magistrado y éste coge la mano sin titubear.

-¿Qué es esto? -pregunta Tai alzando la voz sobre la tormenta. El samurái Dragón se toma su tiempo en contestar, realizando profundas inspiraciones -Es una prueba que acusa directamente a Yoritomo Echigoya, Yoritomo Takumi y Yoritomo Katashi de traición al Imperio -contesta agitadamente el Dragón. -Ya veo... -dice el Avispa.

Un último rayo cae aquella noche. El rugir que causa el trueno oculta la caída del samurái Kitsuki Akikazu hacia las afiladas rocas del mar. Para la mayoría de la gente, un íntegro magistrado que murió en un incendio natural aquella noche.

jueves, 20 de mayo de 2010

Yoritomo Mamoru: Parte V

Un monje pasea alrededor de la sala recitando unos salmos que intentan consolar a la familia, a la par que transmitirle al difunto el respeto de todos los vivos. Hay un altar delante del muerto, con una vasija que contiene un ramillete de lilas. A su lado un broche dorado con el símbolo del clan de la Mantis y un poco más allá el cubilete de dados que Mamoru rescató del agua aquella noche. No poder encontrar el cuerpo de su padre no les impide recordarlo durante el ritual, en el que oran por ambos hermanos.

La pequeña capilla está sumergida en el constante recitar de oraciones en los que se proliga el sacerdote. Todos los presentes corresponden a las plegarias. Allí se encuentran todos los familiares más cercanos a ambos hermanos. Por supuesto, entre ellos, se encuentra la madre de Mamoru, vestida de impoluto negro, conservando la calma como puede, pero incapaz de evitar que las lágrimas recorran su rostro. Le quería. Tiene derecho a manifestarlo allí, en privado.

Más pronto de lo que creía Mamoru, aparece Domoi avisando de que ya ha amanecido. Los presentes se preparan para llevar a cabo el traslado del difunto hasta el templo de Kaimetsu-uo, donde será incinerado. Durante ese trayecto hasta el santuario, Mamoru tiene planeado hacer algo.

El séquito fúnebre abandona pocos minutos después la capilla familiar, para recorrer el camino hasta el templo. Algunos, sobre todo amigos de los difuntos, elevan un rezo en sus honores. La procesión marcha calle abajo en un absoluto silencio. La mañana parece noche.

En la escalinata del templo un hombre se acerca y se pone al paso de Mamoru, que continúa avanzando lentamente. Lleva un quimono amarillo, que permite observarle su curtido pecho, aderezado de unas franjas negras cada pocos centímetros de tela. En su cabeza, ondeada por el viento, una bandana amarilla. Un Tsuruchi, del clan de la Avispa, aliados de la Mantis y, en este caso, un amigo de Mamoru: Tsuruchi Tai.

Mientras el cuerpo es llevado al interior del templo, en donde tendrá lugar la cremación, Mamoru le cuenta a Tai rápidamente los problemas que está causando el magistrado Dragón. -Necesito que averigües qué sabe exactamente ese hombre de lo que le pasó a mi padre. No me importa lo que hagas, sólo averígualo -ordena fríamente Mamoru. Tai asiente seriamente, mientras ambos avanzan escalera arriba.

Cuando llegan a la sala de ceremonias buscan un lugar donde sentarse. Sin embargo, Mamoru se percata de algo que le llama profundísimamente la atención. Su corazón da un vuelco increíble cuando sus ojos se posan en el altar del templo. Junto a las ofrendas que se han traído desde casa y otras más que se han sumado ahora, encuentra un pequeño objeto que para cualquier otro no tendría mayor relevancia, pero para él supone un duro revés. Allí encuentra un dado de su padre.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Yoritomo Mamoru: Parte IV

Oye voces. Se nota la cabeza pesada, como si hubiese bebido demasiado nihonshu. Sus párpados se empiezan a abrir...

-Tranquilo señor, no se incorpore tan rápido -escucha. El timbre de la voz le suena. Cuando consigue abrir los ojos ve la figura de una persona al lado suya. Pelo recogido en una coleta, bigote y una cicatriz en su mejilla. Se trata de Domoi, su asistente personal -¿Cómo se encuentra? -le pregunta cortésmente. Él se nota aún confuso y echa una mirada al lugar donde está. Parece una pequeña habitación desconocida para él, o eso cree.

-¿Qué... ha pasado? -pregunta Mamoru. -Eso mismo querríamos saber -responde una voz desde fuera. Estando tumbado como está sobre el futón no es capaz de ver más alla de Domoi, pero percibe la puerta corredera abierta y a alguien tras su asistente. Éste se levanta rápidamente dejando un hueco entre su señor y el recién llegado. Frente a un convaleciente Mamoru aparece un samurai de mediana edad, delgado pero no por ello débil, con un pelo castaño que cae a ambos lados de su cabeza por igual, ocultándole las orejas, en una corta melena. -Permítame presentarme. Me llamo Kitsuki Akikazu, magistrado esmeralda al servicio del Campeón Esmeralda, Kakita Toshimoko, y de su Excelencia, el Emperador. -Su reverencia es sincera. Mamoru repara en su mirada, inquietante como pocas, pues sus ojos son verdosos, pero dependiendo de la luz que les llega, o del ángulo por donde le mire, le parecen amarillos o dorados -Sé lo de vuestro padre... pero me temo que traigo más malas noticias, Mamoru-san. Vuestro tío, Yoritomo Katashi, ha fallecido.

El viejo ha muerto. Pero... ¿cómo? Él había querido apuñalar su bastardo corazón insensible, era cierto. Mas ahora recuerda que no lo había llegado a hacer. -¿Qué... le pasó? -pregunta.

-El té que habéis bebido estaba fuertemente cargado con una hierba somnífera. La dosis era lo suficientemente potente como para dejar a alguien inconsciente durante un día entero... En el caso de vuestro tío, dada su avanzada edad y su lamentable estado de salud ha sido demasiado. Lo lamento.

¿Envenenado? Mamoru parece no entenderlo todo... a no ser que...

-¿Su tío fue el que llevó a cabo la ceremonia del té? -pregunta impasible aquel samurai. Mamoru percibe algo en esa manera de preguntar. ¡Claro! Todo encaja. Aquel magistrado está tras la pista que él mismo ha seguido y que lo ha conducido hasta su tío. Pero si espera que él ayude a involucrarlo de alguna manera está equivocado. -Sí -responde lacónicamente. Su mente comienza a trabajar y se da cuenta de lo que el samurai acaba de deducir por su respuesta. Su propio tío se ha suicidado. Él sabe por qué pero el hombre que tiene ante él no. -Por lo que he visto en sus dependencias parece que le gustaba llevar a cabo la ceremonia con frecuencia. Me resulta más que raro que no se hubiese dado cuenta de que la cantidad que estaba usando de estas hierbas relajantes eran excesivas... ¿No le parece, Mamoru-san? -le pregunta entonces, como sin darle importancia. Pero sus ojos no dicen lo mismo.

-No sé a dónde quiere llegar -responde mintiendo descaradamente. El magistrado asiente ligeramente. -Puede que le sorprenda, pero estoy empezando a pensar que la muerte de su padre y de su tío están muy relacionadas. No puedo dejar a obra de la desdicha que vuestro tío haya muerto justo varias horas después de que una explosión accidental haya destruído el barco que capitaneaba vuestro padre... aún más cuando ambos sabemos lo que transportaba... ¿no le parece, Mamoru-san? -dice conservando una fina y delgada línea en sus labios, que pretenden adoptar un gesto amenazador.

-Tenga cuidado... Akikazu-san. Está llegando a unos límites un tanto cínicos -contesta ocultando su desagrado.

-Mis disculpas si le he ofendido Mamoru-san. He de retirarme por ahora. Le aconsejo que descanse hasta que se encuentre mejor. Volveremos a vernos -
dice mientras se despide con otra reverencia.

-Desde luego... -susurra Mamoru.

lunes, 17 de mayo de 2010

Yoritomo Mamoru: Parte III

El cielo se ha oscurecido, víctima de acuciantes nubes que han surgido como de la nada, lo que confiere todo de un aspecto lánguido y triste. El ascenso por la cuesta se hace largo. Los pies no le resbalan pese a las primeras gotas de lluvia que comienzan a caer, que empapan la tierra y los brotes de hierba por los que deben surcar sus pasos. La fiereza que descarga el cielo contrasta con la indiferencia que muestra el rostro de Mamoru.

Un pequeño puente de piedra atraviesa los dos peñascos, conduciendo a los visitantes hasta la entrada. Allí arriba del todo, rodeado sólo por acantilados que son devorados por la impetuosidad de la mar, se alza la casa de su viejo tío. Un criado lo recibe y lo conduce hasta la sala principal, donde una chimenea ofrece un mejor ambiente que el que se está gestando fuera. Al poco aparece su tío, un anciano castigado por las vicisitudes del destino, que perdió sus dos piernas durante un conflicto naval. Ahora sólo puede moverse gracias a un palanquín que llevan un par de criados. Les pide que se marchen.

-He oído lo de mi hermano. Lamento su pérdida -dice en cuanto están solos. Mamoru lo observa sin añadir nada. Se produce un pequeño silencio. El viejo comienza a preparse un té mientras prosigue la conversación. -También sé por qué estás aquí -asegura, levantando la mirada de las hierbas que está manipulando. Mamoru y él cruzan miradas durante un instante. Las dos sombras que proyectan, una fuerte y erguida y la otra achaparrada y hundida, se encuentran gracias a las llamas del fuego. -Pero no hallarás ni gloria ni paz con ello. -El silencio se prolonga demasiado tiempo, roto sólo por el crujir de los leños y el golpe de mortero del viejo. -¿Crees que eso es lo que tu padre habría querido que sucediera? Estás muy equivocado si piensas eso muchacho. Ni él, ni yo, ni mucho menos tu padre queríamos que esto acabase así, pero no nos ha quedado otra alternativa. Acércame la tetera, por favor.

Mamoru se la ofrece a su tío, que introduce dentro los materiales y los deja reposar. Mientras se prepara la bebida continúan hablando. -Olvídalo todo y sigue con tu vida. No vas a arreglar nada si continúas adelante, sólo lograrás una deshonrosa muerte y traer la desgracia a nuestra familia. Y créeme muchacho, no quieres hacer eso -concluye con un gesto inequívoco en su mirar. El joven se tensa.

Cuando el agua está lo suficientemente caliente y tras haber preparado un par de tazas convenientemente, el anciano sirve el té. Se lo ofrece a Mamoru, que lo acepta. La mano que permanece en un segundo plano, oculta tras la otra que sujeta la taza, comienza a ir por su cuenta, guiada por el instinto del samurai. Probablemente el viejo se da cuenta, pero no dice nada. Ambos beben. -Todo lo hemos hecho por el bien del clan -dice el anciano. La mano de Mamoru roza su wakizashi. -Espero que algún día llegues a... comprenderlo -y el viejo tío desfallece súbitamente sobre la mesa. Antes de que la incredulidad sobrepase a Mamoru, éste cae también sobre ella. El silencio, esta vez, es mucho más largo.

domingo, 16 de mayo de 2010

Yoritomo Mamoru: Parte II

La oscuridad comienza a envolverle. El viejo empedrado comienza a ser más tosco e inexistente y las lámparas de piedra dejan de acompañarle. Los edificios comienzan a estar más apiñados entre ellos, la basura llega a acumularse en verdaderos montones de porquería, en el que mendigos, indigentes y pobres almas que no tienen nada que llevarse a la boca se disputan cada pequeño bocado. Las moscas revolotean cerca suya, acercándole el olor a orín a un palmo de su nariz. Gente de la peor calaña se apilan en callejones aún más cerrados, observándole sin cesar, pero sin atreverse a decirle nada. Todos saben quién es y saben por qué está allí.

Mamoru recorre de memoria las intrincadas callejuelas, sabedor de su destino. Su paso es firme y decidido. Constante. No es la primera vez que recurre a las clases bajas de la sociedad. Rufianes y ladrones para algunos, buenos informadores si se les satisface para otros. Si alguien sabe algo de lo ocurrido ellos lo saben. Siempre lo saben. Aunque a veces haya que ponerse más duro de lo deseable.

Dos farolillos rojos, un cartel rosado con unos kanjis provocativos y el olor a incienso barato se muestran ante Mamoru. Una destartalada vivienda con apolilladas vigas que se ven desde el exterior acoge a todos aquellos desgraciados que tienen ganas de gastar su sueldo. El guardia de la puerta no tiene valor suficiente para decirle nada a Mamoru y sólo agacha la cabeza mientras el samurai se introduce en el interior.

De repente un sofocante calor le asfixia. El ambiente está cargadísimo. La sala está repleta de gente, que charla, canta, se pelea y se desfoga con falsas geishas. Sólo utilizan ese nombre para no llamar demasiado la atención, pero todos saben que aquel antro no es más que un lugar de perversión. Mamoru recorre la estancia con la mirada hasta que da con el que está buscando.

Al fondo de la habitación principal, junto a aquellas escaleras que nadie sabe cómo siguen en pie, dos hombres ponen a prueba su habilidad lanzando cuchillos contra un tablón de la pared. Uno de ellos, aquel que busca, ha ganado su duelo, pero parece que el otro no se muestra muy conforme con el resultado. El brillo de una pequeña hoja sale de una de sus mangas y se dirige sin demora hacia el vientre de su rival. Pero éste está atento, y es ágil para su tamaño. Aferra fuertemente la muñeca de su contrincante y la entrechoca contra la pared. El golpe inesperado le hace soltar el cuchillo. Antes de que éste toque el suelo la daga ha cambiado de manos y termina en el costado de su propietario inicial. Sangre. Muerto. En pocos segundos el cuerpo ha sido retirado y la fiesta continúa.

Mamoru avanza sin demora hasta hallarse al lado de su hombre. Le habla. El otro le responde. Ambos saben lo que cada uno quiere. Una moneda cambia de manos y ambos se dirigen a una zona apartada. El hombre cuenta lo que sabe. A medida que los detalles se van sucediendo Mamoru se siente más desconcertado. Finalmente los labios del hombre se sellan con un nombre. En ese momento Mamoru siente como si él hubiese recibido otra puñalada.

lunes, 10 de mayo de 2010

Yoritomo Mamoru: Parte I

La oscuridad de la noche es acompañada con el lento mecer de las olas del mar. Allá entre ellas, perdido pequeño punto en el firmamento, refulge la Estrella del Mañana, la que hace de guía a los marineros que surcan las aguas hacia el continente. Ella misma es el mascarón de proa de su propia constelación, al frente de su propio navío, signo fiel del valor que siente y ella misma ostenta, así como un reflejo que todo viejo aventurero del océano encuentra allá arriba, tan cerca, y sin embargo, tan lejos. Todo miembro del orgulloso clan Mantis entiende lo que aquella estrella significa. Incluso ahora demuestra cómo aquella inusitada fe, que cualquiera otro del Imperio habría dudado de observar entre aquel grupo de familias, recobra un mayor significado. Lo han conseguido.

No hace ni un año que han sido aceptados como lo que siempre han defendido: un verdadero clan, un clan mayor. Sus aspiraciones, sus sueños de grandeza, han sido culminados de esta manera. El precio ha sido alto, muchas vidas son perdidas durante aquella fatal batalla contra el todopoderoso kami maligno cuyo nombre es siempre evitado, pero Fu Leng ha sido derrotado, un nuevo emperador comienza su dinastía, y todos los clanes han firmado finalmente la tregua. Paz en el Imperio, mas no paz para todos.

Mamoru se halla enmedio del mar y la fría agua empapa sus ropajes por encima de los tobillos, haciéndolos pesados. El viento rasga sin compasión sus facciones, arañándole cruelmente, pero, de igual manera, continúa impasible, vacía mirada, corazón apagado. Entre sus manos un cilindro de madera, un cubilete de dados, de elegante manufactura, pero con visos de haber sido usado. Repasa con las yemas de los dedos su contorno, mientras continúa con la mirada hacia el frente, ignorando lo que ocurre a su alrededor, como si todo lo demás no tuviese sentido. Una ráfaga de viento agita su quimono y las ondulaciones y pliegues de la ropa, durante un momento, esconden el mon de su clan. Sólo son décimas de segundo, pero en ese momento sus sentimientos recorren cada fibra de su ser, llenándole de exacerbada ira. Está a punto de gritar, pero no lo hace.

El lento chapoteo que produce de regreso a la playa son pequeños cuchillos que se le clavan en la espalda. Sus pisadas quedan marcadas en la arena, para ser borradas poco después por la marea. Camina lentamente, apesadumbrado, entre todo el gentío que tiene a su alrededor. Hay muchos gritos, pero todo queda sumergido en el silencio para él. Ahora sólo quiere caminar. Se aleja de la escena paso a paso, víctima de un dolor tardío. Mas no debe demostrarlo. Confía en su propia voluntad para no llorar, para no dejarse caer en el suelo, para no golpearlo con violencia hasta que le abandonen las fuerzas. Cierra los ojos a la par que camina, mientras ase con vehemencia el cubilete de madera. Cuando los abre intenta reprimir sus ansias de venganza, pero ya es tarde. Su padre acaba de morir.

domingo, 9 de mayo de 2010

Declaración de intenciones

Este blog tiene ya muchos años, al menos los que lleva desde que fue creado. En sus inicios fue usado para recoger historias que salían de mi puño y letra (dedos y teclas mejor dicho). Sin embargo con el paso del tiempo esta afición tan sana mía cayó en desuso, con el consiguiente abandono de esta plataforma.

Ahora tienes ante tus ojos una pequeña ventana que abro a mi corazón para que descubras muchas de mis pasiones, encauzadas, como ya hice anteriormente, a mostrarte mundos nuevos, personajes con los que sentir empatía e intentar maravillarte tanto como lo hago yo cuando mi vena creativa sale.

Encontrarás fragmentos de historias que ya escribí alguna vez, pero que siempre me gustan compartir, habrán entradas sueltas, que intentarán hacer reflexionar positivamente, e intentaré embarcarme en un proyecto de escritura a largo plazo, motivado quizás, por otro amigo que está haciendo lo mismo.

Mi intención es, por tanto, haceros disfrutar con la esencia mágica misma de la pluma del escritor. Espero que tanto vosotros como yo nos maravillemos en ese camino.